
Es simple: una noche sentí que mi destino era permanecer en la vida de las personas que amo como la borra del café, esa que queda en el fondo aún cuando antes haya pasado alguien y se haya tomado el contenido humeante y aromático que la contenía.
Y también pensé que era tan misteriosa y enigmática como la infinita cantidad de figuras que se dibujan en la borra del café, que para descifrarme se necesitaba de alguien paciente y sabio.
Pero como no todo es tan profundo, otra de las imágenes que se cruzó en mi mente fué la de observar con picardía desde el fondo de la taza a quienes fueron capaces de agotar esa bebida y darles otra vida desde mi mirada que casi siempre puede ser ácida y mordaz.
Hoy tengo ganas de divertirme, de escribir desde la sonrisa y si alguna vez me ataca la melancolía me refugiaré en otro lado, lejos del aroma de los granos del café recién molido.
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